MIENTRAS EL VIENTO mecía el ramaje del hayedo, la cumbre permanecía helada y los valles parecían entornados; la existencia palpitaba con sus esplendores y miserias, fuera de toda calibración humana meticulosa.
Sin ir de la mano, ostentación y necesidad dan testimonio de sus exageradas presencias, en una comprobación cotidiana harto evidente; de efectos dispares, de satisfacciones cuestionables y de insatisfacciones elocuentes.
La acumulación y las carencias reparten sus realidades al alimón, pero sin interferencias correctoras. De la apropiación debida se pasa a la indebida; desdeñan a las simples relaciones espontáneas.
Las inquietas ramas se tambalean. El comercio remueve los bolsillos y las conciencias, también con los saberes minúsculos. Imposiciones o privaciones miden el rango social
imperante, en el cual, cada uno apreciará su grado de satisfacción alcanzado.
PERO, CUANDO CESA EL VIENTO, valoramos la distancia entre el conocimiento y la sabiduría. Aunque, habituados al ajetreo, no valoramos la calma del instante, este insiste en la expresión de la mágica sabiduría personal e intransferible.
Forma parte de la ocupación exclusiva de cada uno.