Un relato de Yoel Solà…

Elije amar.

A veces nos perdemos con facilidad cuando divagamos en torno a una de las grandes cuestiones de la Humanidad: el sentido de la propia vida. Más allá de las explicaciones religiosas, mi visión acerca de nuestro papel en este mundo es mucho más sencilla. Yo soy de los que cree que el sentido de la vida se haya encerrado en las pequeñas cosas, en los pequeños actos, en esos diminutos detalles de nuestra vida que nos acompañan a diario, pero que sin embargo no sabemos apreciar. A menudo nos distraemos poniendo la vista en grandes objetivos, en grandes propósitos, que si bien tienen un gran efecto motivador, a veces nos “despegan” de este mundo, en el que además de oscuridad, también existe amor. Un amor que se cuela por las rendijas de la cotidianidad, como los buenos perfumes, en los frascos más pequeños, en las situaciones y momentos más “insignificantes”.

Amar, el amor, es algo gratuito. Nunca creáis a esos que os dicen la tan tópica frase de “quiere a quien te quiera”, eso además de antinatural, es falso. El corazón no entiende de “dar y recibir”, los sentimientos no conocen (por suerte) esa clase de mercadeo emocional que muchos se quieren inventar y en donde las pasiones marchan a la par, proporcionalmente a lo que se recibe, y lo que se recibe a lo que se da, y así sucesivamente. Todo eso es falso. “Quien lo probó lo sabe”, dijo el gran Lope, y bien que lo sabía, y bien que lo sabemos. Pero en esta sociedad, cada vez más frenética, cada vez más mecanizada, en este mundo donde lo material, lo cuantificable, marca el ritmo de la vida, parece que también se busca racionalizar, ordenar, y clasificar algo tan etéreo y libre como el amor. Suena cursi decirlo, pero el amor no entiende de nada de eso, el amor sólo es.

Pero son malos tiempos para amar. Nos empujan a vivir sin corazón, sin pasión, sin sentimientos; a levantarnos por la mañana, ir a trabajar, acabar nuestra jornada, volver a casa y vuelta a empezar. En este mundo con mucha cabeza, pero que amordaza a lo que late en nuestro pecho, de poco valen las cosas puras que nos salen de dentro: “No quieras si no te quieren…”, nos dicen. “No pierdas el tiempo con eso que no te va a reportar nada…”, “No estudies esa carrera que no tiene salida…” Y yo me pregunto cómo se puede vivir sin amar aquello por lo que nos levantamos cada mañana.

Quizás sea que sin corazón somos más manejables, como zombies, como robots, haciendo lo que nos dicen que está bien hacer, invirtiendo el tiempo donde vayamos a sacar algo. “Invertir”, otro concepto erróneamente aplicado al plano emocional. Se habla de “invertir” como si las cosas que de verdad nos llenan fuesen un trabajo, una tarea con un inicio y un fin. Los que piensan así no saben que no hay nada que invertir, no hay nada que poner cuando se pone todo en lo que se hace, en lo que se siente, cuando un padre cambia su agenda o pide el día en el trabajo para pasar el día con su hijo; cuando lo dejamos todo, cogemos tres aviones, nos calamos bajo la lluvia esperando el autobús, y llegamos finalmente junto a esa persona que nos espera con ilusión. Sí, esas cosas pasan, y no sólo en las películas. De esta manera, ¿“invierte” un padre o una madre la tarde en estar con su hijo, una chica con su chico, un pintor frente a su lienzo, o un pianista con su piano? No, yo creo no lo invierte. Yo creo que es un tiempo que vive, que ama tanto como ama a la persona, al arte, o al deporte que practica y que le hace dejarlo todo para hacerlo.

Pero a veces nada de eso cuenta en este mundo cada vez más artificial, más de plástico, más prefabricado, donde hasta los sentimientos se racionalizan. Es una mala época para amar, sobretodo para aquellos que lo hacemos de “gratis”, que lo hacemos por “amor al arte”, pero los que quieren construir ese mundo gris no saben lo que se siente, no saben que no hay nada más gratificante que el amor por ese arte, no saben que existe una secreta dicha en aquellos que aman aun sin ser amados.

"Love" - Fotografía de Leland Francisco.

«Love» – Fotografía de Leland Francisco.