Amigo lector, le voy a prestar un consejo: nunca deje usted que le coloquen en una disyuntiva, en un menú de A o B, de carne o pescado, de Madrid o Barcelona, de izquierda o derecha. Esas misma disyuntiva hooligan, lo que quiere es anular nuestra capacidad de pensamiento.

Ya en más de una ocasión me han preguntado, desde uno y otro bando, si yo creo que el virus existe. Vamos, lo único que nos falta ahora son las cinco vías de su existencia más la prueba de Anselmo de Aosta. Qué fácil es la vida de la gente simple: sí o no, blanco o negro, sobre todo su ansia por encuadrar al prójimo en una de las dos únicas opciones posibles, para, en suma, ver si te pueden anotar en la lista de adeptos o de las detestaciones, o de modo condescendiente, en la de aquellos ilusos que puedan ser convencidos de lo uno o lo otro con un buen dato o argumento.

Como en el chascarrillo del asilo de lunáticos que en asamblea deciden que mañana hará sol, igual hay quien decide que la pandemia se acaba en un plazo de dos años. No sabemos si se trata del mensajero de la buena nueva (más o menos verosímil o probable) o si del mismísimo profeta autocumplido y carismático que decía Max Weber.

No averigüen más, estimados lectores, quien le pone nombre a las cosas ha decidido los tiempos, ya pueden hacer sus cálculos, sus planes y proyectos. En ese plazo aproximado de dos años acabará el covid 19 y, puestos al paralelismo con la mal llamada “gripe española”, también luego llegarán los felices años veinte como una nueva Belle Époque, de rebote y rebrote en la economía y la alegría de vivir.

Por más que se quiera todo pasar por los impolutos laboratorios y las batas blancas, este asunto tiene su inequívoco aroma de fenómeno psicológico, conceptual y convencional. Por supuesto que los padeceres humanos son reales y lamentables, si bien ya es más dudoso la manera en que estos se describan y se evalúen.

Pero ay de aquellos que osen contravenir las verdades oficiales, pues serán motejados con pésimos nombres. Por más que las verdades oficiales cambien a cada rato de signo. Ya lo dijo Isaiah Berlin, la libertad y la seguridad están en platillos diferentes de la balanza. Si alguien pone en cuestión las consignas que aparecen en la prensa, los presentan como si, no el virus, sino ellos mismos estuvieran llenando los hospitales.

Me desagradan las caricaturas de trazos gruesos, el mote fácil y las reiterativas polémicas entre dos bandos partidos a cuchillo, por más que éstas tengan un público numeroso y fácil. Jamás me dejaré envolver en estas disputas.

Entre tanto, y ya que están los ánimos tan caldeados, recuerdo una vez más, tanto en lo literal como en lo figurado, el lema que adoptara René Descartes: larvatus prodeo. Y no, aunque sea latín, no es un hechizo de Harry Potter.

Joaquín G Weil

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