El territorio visto así, a palo seco; se advierte con una aridez inexpresiva. Se le nota esa carencia del furor de los elementos o de los alientos vitales. Es decir, requiere del movimiento y del transcurso del tiempo para darse a conocer.
Con más atención comenzamos a observarle unos formatos sugerentes. Apreciamos líneas y distancias con puntos de referencia. Curvas colocadas al desgaire, vértices, alturas, agrupadas a su aire; así como quebradas intrigantes.
Las figuras geométricas se amplían con los formatos artificiales. Calles, plazas, edificios y ciudades enteras. Trazados múltiples, carreteras, puentes, ferrocarriles, distribuidos entre estaciones, puertos, diques o placas solares.
Cuando la mirada parte de una persona concreta, enseguida percibimos una relación preferente con ciertos rasgos geométricos. Con su propia casa, su ciudad, sus alrededores; reflejan sus actividades íntimas, sociales y profesionales.
De donde surge el sentimiento peculiar de ese sujeto por las figuras comprendidas en la esfera de sus acciones, con el sello de sus seres queridos, viajes, trabajo, amigos… La geometría se torna sentimental por los afanes de sus habitantes.
Es un concepto orteguiano de gran relieve porque nos involucra con el entorno, enriquecido por los sentimientos individuales. Recalco su importancia de cara a la adaptación coherente de los comportamientos con esa relación.
Rafael Pérez Ortolá