Las conductas repetidas dejan un poso de esencias. A través del tiempo se convierten en SÍMBOLOS, siempre imprecisos en cuanto a los detalles, pero de una firmeza duradera capaz de transmitir los mensajes cruciales.

Tuve suerte el otro día en mi caminata por el monte. El MENHIR de Arlobi me susurraba la importancia de esos comunicados de procedentes de otras presencias humanas, a pesar del tiempo transcurrido, en un ofrecimiento imparable.

La misma construcción y ubicación del monolito, hablan de la relevancia de las labores ASOCIATIVAS en la gente de su época; la obra lo requería, en la confluencia de los valles adyacentes, comunicada visualmente con otros menhires del entorno.

Como una consolidación de ANHELOS compartidos, relucientes, pese a las múltiples oscuridades de las noches intelectuales. Como un denominador comunitario que ahora no entenderíamos y con una mirada ambiciosa hacia el horizonte.  

Los rayos de sol, las sombras de las montañas circundantes, los transeúntes ocasionales, configuran el TRONÍO de estos lugares saturados de energías vitales.

Sobrecoge la emergente figura aislada en el rico paisaje, como expresión nítida de una VOLUNTAD enhiesta dirigida a la participación sin ambages ni impertinencias.