Las tres lecciones que nos trajo la lluvia.

Durante este fin de semana, el litoral de la provincia de Cádiz y Málaga ha hecho frente a un importante temporal con fuertes lluvias torrenciales que han atormentado a gaditanos y malagueños. Yo he sido una, vecina de La Línea de la Concepción, en el Campo de Gibraltar, Cádiz.

Carreteras nacionales cerradas al tráfico, vehículos, paredes y muros arrastrados por el agua, ríos desbordados, tiendas y centros comerciales anegados, hospitales, colegios e institutos inundados. Urbanizaciones y calles colapsadas por el agua, vecinos achicando el agua de sus casas. Todos los hogares empapados.

Pero, sin duda, lo más doloroso es la pérdida de dos vidas humanas: una joven de 26 años en Estepona y un operario técnico, vecino de La Línea, que trataba de reparar una avería eléctrica cuando le sorprendió una brutal riada. Sergio perdía la vida mientras, en mitad de la tormenta, intentaba contribuir al bienestar de su comunidad; una comunidad que se ahogaba en una pregunta: ¿cuándo va a parar de llover así?

Desde luego un panorama desalentador, una película de terror, una auténtica pesadilla.

A menudo somos testigos de este tipo de catástrofes a través de la pantalla del televisor: “y vaya es una pena…gracias a Dios no ha ocurrido aquí”, resuena siempre en tu cabeza. De hecho, mi primer e inocente pensamiento al oír a mi madre luchar en silencio (como ella siempre hace), achicando el agua en el patio fue: “el gusto de mi madre por la limpieza está llegando a límites insospechados”. Pero no, ella no estaba limpiando, sino que intentaba barrer el agua que el caño no era capaz de tragar y que ya estaba entrando en casa.

Así fue mi despertar dominguero. El resto de la mañana la pasamos buscando, desesperadamente, toallas y mantas que frenaran el riachuelo de agua sucia que corría calle abajo y que amenazaba con entrar en casa. Además, sin dejar de achicar el agua del patio, mientras también me las ingeniaba para construir un pequeño muro de ladrillos y losetas que había encontrado en el trastero. La tarde la pasamos agitados, entre el nerviosismo y la curiosidad, chateando con amigos y compartiendo impresionantes fotografías en las Redes Sociales. Sin embargo, al caer la noche, ya no quedó tiempo para el recreo, sólo para luchar de nuevo contra el agua.

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El agua subía y subía, y tú no podías hacer nada. Y es entonces, en este tipo de situaciones in extremis, cuando conoces lo mejor y lo peor del ser humano. Desde el vecino que, tranquilo, desde su segundo piso curiosea despreocupado qué pasa calle abajo, hasta los otros muchos que salen a la calle, con el agua hasta las rodillas, para trabajar todos a uno, unidos por la comunidad. Desde los jóvenes que cortaron la calle arrastrando los cubos de basura que ya flotaban en el agua, hasta los adultos que uniendo fuerzas abrían caños y arquetas. Unos señalizaban el agujero abierto en el suelo; otros limpiaban con sus domésticos y rudimentarios palos de escoba el atasco que impedía que el caño tragase agua. Unos ayudaban a mover los coches anegados y otros se llevaban a los abuelos a un lugar más tranquilo. Unos que preguntaban casa por casa: ¿estáis todos bien?; y otros que, con sus enseres a salvo, salían a ayudar, bajo la lluvia torrencial, a aquella vecina de la esquina que tenía su casa completamente anegada.

Participando en esta escena, encontré la primera lección que nos trajo la lluvia: el ser humano es capaz de realizar actos solidarios verdaderamente asombrosos.

Ayer lunes la lluvia dio una tregua. La frontera con Gibraltar, la que cruzan cada día miles de campogibraltareños amanecía desierta. Ayer no se fue al trabajo, ni tampoco a las clases.

Poco a poco, el cielo fue abriéndose y las calles recuperaban un tímido ajetreo. En casa tocó limpiar a fondo, encontrando entre los charcos y el lodo la segunda de las lecciones que nos ha traído la lluvia: lo material se repone, y lo mojado acaba secándose…

Y sin restar ni un ápice de dramatismo a esta delicada situación, que lo tiene y mucho, sobre todo para aquellas familias que han perdido a estas dos personas o para aquellos que han encontrado su hogar y sus recuerdos inundados… sin olvidar nunca este drama, quería recordar y compartir con todos que después de la tormenta siempre viene la calma.

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Aunque ahora enfrentemos las consecuencias de la tremenda mojada de este fin de semana: un catarrazo que amenaza el resto de semana, y varias manchas de humedad que ya asoman por algunos rincones de casa; afortunadamente, todos estamos bien, sanos y salvos, y creo que esto es lo que tenemos que agradecer. Esto es lo que hoy quiero agradecer.

Afortunados porque este tipo de historias nos obligan a abrir los ojos, a despertar y valorar todo aquello que tenemos y que ignoramos muy a diario. Somos afortunados. Hoy me acuesto valorando el sencillo y muchas veces desapercibido detalle de poder dormir con la tranquilidad de que ninguna tromba de agua va a reventar el techo de casa, eso hoy voy a valorarlo.

Tercera lección que nos trajo la lluvia: valora lo que tienes, sobre todo aquellos sencillos detalles.