Estamos constituidos por una serie de partículas organizadas. A lo largo de la vida, su RENOVACIÓN y cambios funcionales son un hecho. Si somos los mismos o no, queda en entredicho; al menos, sujeto a explicaciones de otro calado.

 

Idénticos, no; del niño al vejete, los aspectos son definitorios. Con todo, afirmamos que somos la misma PERSONA. La rotundidad es ambivalente, los cambios evidentes son compatibles con la versión unitaria.

 

No crean, el PENSAMIENTO vivaz tampoco es muy resolutivo en estas tesituras. Cambia notablemente con el paso de los años. Sus disquisiciones se suceden sin parar en una elipse con los finales abiertos.

 

La indecisión no puede satisfacernos, recurrimos al ARCHIVO particular, para repasar las diferentes versiones acumuladas, incluso asistidos por las modernas tecnologías. Y la variación permanente nos acecha con aires de mismidad.

 

Desde fuera, nos marean la perdiz de manera sofocante. Desde dentro, vibramos un tanto motorizados, la inquietud es ese motor que nos individualiza y nos mantiene en una PROYECCIÓN incansable, que consolida el núcleo unitario insustituible, resistente a las interminables variaciones y finales azarosos.