Quizá sea cierto el carácter indeleble de las cicatrices. Sean físicas o mentales, algunas huellas subsisten. Aunque discrepo de su contemplación como meras secuelas. Su presencia implica muchas otras CIRCUNSTANCIAS.

Resultan primordiales los CUIDADOS adoptados para la detención de las graves heridas, los disgustos o las tragedias personales. Constituyen un reflejo fidedigno de la calidad individual y colectiva de los acompañamientos en situaciones penosas.

A pesar de su extirpación, de algún modo siguen presentes los efectos SUBYACENTES de las cicatrices. Hemos de abordarlas a través de sus complejas influencias en la personalidad de sus portadores. La sencillez de las apariencias es de corto alcance.

Los desperfectos sufridos exigen reparaciones delicadas, pero sobre todo PLANTEAMIENTOS coherentes por parte de los intervinientes en los procesos. El tiempo transcurre, enemigo de las fijaciones del pasado, en una patente invitación a la excelencia, a partir de cómo se hayan cerrado las heridas.

Es muy satisfactorio el hallazgo de gente dispuesta a la colaboración contra las penalidades ajenas a pesar de las trabas interpuestas. De ahí, el ARTE imprescindible con la magia capaz de neutralizar los variados penalidades  de la existencia.