Sólo vi la imagen de su exposición en una sala de arte. Un pedrusco de considerables dimensiones depositado sobre una plataforma. Sin aditamentos. Su recia presencia al desnudo, en un reto descarado al observador.

 

Vislumbro en él rasgos imprecisos. Mero ente acompañante. Receptor o emisor de alguna señal en términos poco conocidos. ¿Testigo de nuestras andanzas? No deja de ser parte del ENTORNO que solemos atender o no.

 

Su vigor asienta en la cohesión, rigidez y presencia. Su aparente FRIALDAD puede reflejar la escasa perspicacia observadora de los humanos. Los lenguajes son complejos y fascinantes, con las consiguientes repercusiones de cara a los comportamientos.

 

El CONTRASTE con los humanos es contundente, se acumulan los aspectos diferenciales. También contrasta el aprovechamiento frustrante de las características propias por parte de los presuntuosos visitantes.

 

En el fondo, soportamos una disyuntiva en común. Las piezas adquieren su entidad desde raigambres muy profundas; en gran parte se trata de raíces cósmicas inescrutables. La firme adhesión del pedrusco a sus raíces, quizá nos enseñe a los homínidos fatuos, en franca huida del reconocimiento humilde y digno de los ORÍGENES.