Jiroemon Kimura nació en el siglo XIX y sigue vivo.

Atribuye sus 116 años al hara hachi bu, tradición que consiste en comer sólo el 80% de lo que le apetece.

Expertos de todo el mundo estudian a las personas supercentenarias para averiguar las claves de su longevidad.

En 1897 nació el japonés Jiroemon Kimura, 116 años después… sigue vivo, lo que le ha llevado a convertirse en el único hombre conocido que nació en el siglo XIX y permanece con vida, según el registro del Grupo de Investigación en Gerontología de EEUU.

El antiguo cartero japonés Jiroemon Kimura, cuando tenía 115 año - Foto Materia

El antiguo cartero japonés Jiroemon Kimura, cuando tenía 115 año – Foto Materia

Su secreto, según ha declarado Kimura a la prensa local, es el hara hachi bu, una tradición confuciana que consiste en algo así como comer sólo hasta que estás lleno al 80%. Pero, por desgracia para los que son más jóvenes que Kimura, es decir el resto de la humanidad, no todo es tan sencillo.

Kimura es el ser humano más viejo del planeta y una excepción en la cumbre de los supercentenarios, los individuos con 110 años o más. Las otras 20 personas nacidas en el siglo XIX que siguen vivas son mujeres.

“Sólo conocemos tres ventajas para llegar a ser supercentenario: ser mujer, vivir en un país desarrollado y haber nacido en esta época contemporánea, no en el siglo XVII, por ejemplo”, resume el alemán Heiner Maier, demógrafo del Instituto Max Planck y coautor de la monografía científica Supercentenarios. Kimura, evidentemente, no tiene una de las tres ventajas o lo disimula muy bien.

Mujeres delgadas no fumadoras

“Sabemos lo que tiene que hacer una persona de 30 años para vivir más: no fumar, no comer en exceso, hacer ejercicio, ponerse el cinturón de seguridad en el coche, hacerse regularmente chequeos médicos. Pero en los supercentenarios estos patrones ya no son válidos. Es muy difícil conocer sus secretos”, explica Maier.

La persona más longeva cuya edad se ha verificado es la francesa Jeanne Calment, quien murió en 1997 con 122 años. Vivió toda su vida en la ciudad de Arlés y, según su relato, allí conoció al pintor Vincent van Gogh, que viajó al sur de Francia en busca de su luz y sus colores explosivos.

“Era feo, estaba arrasado por el alcohol y frecuentaba los burdeles”, recordaba Calment en sus últimas entrevistas, pese a que el pintor había muerto más de un siglo antes, en 1890. Cada día, la francesa bebía un vaso de oporto, se fumaba un cigarrillo y comía chocolate. “Mantén siempre tu sentido del humor. A eso atribuyo mi larga vida. Creo que me moriré riendo”, decía. Una de sus bromas era conocida en todo su pueblo: “Nunca he tenido más que una arruga, y estoy sentada encima de ella”.

Un grupo de investigadores, encabezado por Bernard Jeune, de la Universidad del Sur de Dinamarca, ha estudiado las biografías de las personas que, como Kimura y Calment, han superado la increíble barrera de 115 años. Sólo reconocen unos 20 casos desde 1990.

“Las travesías vitales de estas personas muy ancianas difieren mucho y casi no tienen características comunes, aparte del hecho de que la gran mayoría son mujeres (sólo dos son hombres), la mayor parte fumaba muy poco o nada en absoluto y nunca estuvieron obesos”, apuntaban en el libro Supercentenarios. “Sin embargo, todos ellos parecen haber tenido poderosas personalidades, pero claramente no todas eran personalidades dominantes”, añadían.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=SuCv8WnBelI[/youtube]

Brandy, leche de burra y los Diez Mandamientos

Cada supercentenario creía tener una llave diferente para la inmortalidad. La inglesa Charlotte Hughes, una antigua profesora de una escuela religiosa, fallecida en 1993 con 115 años, creía que su truco para esquivar a la muerte era “un estilo de vida saludable, un brandy fuerte, beicon y huevos”. Y cumplir a rajatabla los Diez Mandamientos. En cambio, la ecuatoriana María Esther Capovilla achacaba su edad a haber bebido mucha leche de burra. Murió en 2006, dos semanas antes de cumplir 117 años.

Cuando la estadounidense Sarah Knauss falleció en 1999 con 119 años, uno de sus tataranietos ya había tenido un hijo. Los demógrafos del Instituto Max Planck creen que es la segunda persona que más ha vivido en el planeta. Nunca fumó, se relamía con el chocolate y odiaba comer verdura.

El danés Chris Mortensen fue un caso insólito. Murió en 1998 a la edad de 115 años. Cuando cumplió 113, un grupo de científicos, entre ellos Bernard Jeune, le regaló una caja de puros. Llevaba fumando pipas y puros casi un siglo, pero no se tragaba el humo. Su secreto, decía, era “comer bien”.

La neerlandesa Hendrikje van Andel-Schipper, por su parte, falleció en 2005 a los 115 años. Atribuía su larga vida a comer arenque crudo y beber un zumo de naranja cada día. El puertorriqueño Emiliano Mercado del Toro, en cambio, creía que su secreto era comer bacalao, harina de maíz cocida y beber leche de coco. “Nunca he dañado mi cuerpo con licores”, afirmaba antes de morir en 2007, con 115 años. Cuando EEUU arrebató la isla de Puerto Rico a España en 1898, Emiliano estaba allí de testigo.

Macacos a dieta

En apariencia, cada supercentenario es un mundo. El hara hachi bu de Kimura, por lo tanto, tendrá que esperar para ser declarado el elixir de la eterna juventud. “Comer raciones pequeñas puede ser una manera de vivir más tiempo, o no. Simplemente, no lo sabemos”, sentencia Heiner Maier.

El español Rafael de Cabo lleva 13 años trabajando en el Instituto Nacional del Envejecimiento de EEUU, en Baltimore. Allí participó en un largo estudio realizado con 120 macacos durante 28 años. La mitad vivió con una ingesta de calorías un 30% menor a la de la otra mitad de los monos. En 2012 los investigadores publicaron sus conclusiones en la revista Nature. “La restricción calórica mejora la salud, pero no tiene por qué alargar la vida”, resume De Cabo. Los macacos que comieron menos tardaron más en desarrollar las enfermedades típicas del envejecimiento, pero no vivieron más tiempo. La teoría es que el metabolismo de los alimentos produce moléculas inestables, los llamados radicales libres, que acaban dañando las moléculas vitales para el organismo, como el ADN.

Sin embargo, sus resultados contrastan con otro estudio que se lleva a cabo en el Centro Nacional de Investigación con Primates de Wisconsin. Allí, un grupo de científicos liderado por Richard Weindruch anunció en 2009 que el 80% de los macacos sometidos a una dieta con un tercio menos de calorías seguía viviendo tras 20 años, frente al 50% de los macacos que comían sus raciones enteras. En general, los monos del primer grupo presentaban un riesgo tres veces menor de padecer cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas.

Los dos equipos de investigadores tratan ahora de averiguar por qué llegaron a resultados tan diferentes en experimentos tan parecidos. Por ejemplo, en el ensayo de Baltimore, los monos comían dos veces al día. En Wisconsin, sólo una. “El sospechoso al que todo el mundo apunta es la sacarosa. En Wisconsin, la cantidad de estos azúcares purificados en la dieta era mayor”, señala De Cabo.

El caso de Okinawa

La baja ingestión de calorías también se apunta como una de las responsables de la longevidad extrema observada en la región japonesa de Okinawa, donde viven 740 personas centenarias en una población de 1,3 millones de habitantes, según el Ministerio de Salud de Japón. Es la proporción de centenarios más alta del planeta.

El sociólogo español Juan Manuel García González cree que detrás de la longevidad de los supercentenarios se encuentra “una combinación del estilo de vida, los genes y la suerte”. García recuerda estudios que estiman que los genes son responsables sólo en un 25% de la longevidad de una persona. El sociólogo, que también participó en el libro Supercentenarios, recalca la dificultad de verificar la edad real de un supercentenario, sobre todo en países como China e India, donde no suelen existir registros de nacimientos tan antiguos. Por eso los supercentenarios conocidos se concentran en Japón, EEUU y algunos países europeos, donde sí hay buenos archivos.

García tuvo la oportunidad de hablar con una supercentenaria, la española Manuela Fernández-Fojaco, que murió en 2009 con 113 años. “Nos dijo que su truco era bailar la vida”.

Reportaje publicado en Materia, revista que recomendamos.