Nos asombran las OBRAS de grandes dimensiones, pero son bifrontes, sólo están al alcance de poca gente y exigen muchas colaboraciones. Además, al ser tan enormes, también provocan algún efecto intempestivo.

 

La clave no suele radicar en los tamaños. La TERNURA en torno a la apreciación de los primeros vagidos del recién nacido es una demostración. Como lo son la primera sonrisa o el primer parpadeo.

 

En las fases posteriores, los grandes saltos evolutivos se suceden un tanto inexpresivos. En cambio, el sentimiento de los pequeños roces, el ACOMPAÑAMIENTO de los implicados, reverbera con una intensidad inusitada.

 

Los aprendizajes creativos van dejando huellas. Notamos como se fueron ampliando las perspectivas y como se establecieron las oportunas rectificaciones. SEÑALES representativas las tenemos desde cualquier edad.

 

Hasta la planta piedra nos ofrece la CALIDEZ de sus flores. Nuestra inteligencia suele requerir un candil con suficiente luz para percibir el auténtico significado de las huellas; si la luz escasea se distrae con sus muchas capacidades. Las aportaciones personales darán su respuesta.