¿Conspiranoia o racionalidad? A Bill Gates y George Soros, se les deben estar cayendo los cubiertos de las manos, si es verdad que el pensamiento trasciende la materia. Cuando yo era niño y alguien se le ponían las orejas rojas, se decía que se debía a que, por ahí lejos, se estaba hablando mal de él, o de ella. ¡Nah! Era un signo de vitalidad y buena salud, pues, conforme se cumplen años, ya no se le ponen a uno las orejas rojas, por muy mal que otros hablen de ti.

Como ven ustedes, la conspiranoia siempre ha estado reñida con la racionalidad científica.

Si ha habido tres licenciados en Filosofía para la Historia, no los busquen ni en la Universidad de Málaga, ni en la Complutense, mucho menos en la Autónoma (sea esta de donde sea), fueron Bruce Lee, George Soros y Salvador Illa. (Hete ahí la conexión perdida –y no encontrada– de las conspiraciones filosóficas).

Bruce Lee, no sólo era licenciado en Filosofía (por la Universidad de Washington) sino también poeta. Finalmente llegó a la conclusión de que las bofetadas eran más convincentes que las inferencias hipotética-deductivas o las metáforas.

George Soros después de licenciarse en Filosofía, descubrió con Marx que el dinero era concepto e ideología. Lo demás es Historia.

Y salvador Illa quedaría redimido si escribiera luego unas memorias tipo: “Reflexiones de un filósofo en el lugar y en el momento equivocado”.

En mitad de todo este pandemonium de pandemia hay una frase socrática que no se ha dicho lo suficiente: sólo sé que no sabemos nada. Y, a falta de saber algo a ciencia cierta, el ser humano ha inventado: murciélagos, laboratorios secretos, pangolines, guerra biológica, vacunas con o sin nanochips, y la evidencia que, en estas circunstancias históricas, como en cualquier otra, alguien se ha forrado. ¡Brrrr!

La primera reflexión filosófica es que no hacen falta humoristas, basta con poner las cosas unas detrás de las otras: que si mascarillas sí, que no, que depende cómo y cuándo, etc. Pues nos echábamos unas risas y nos poníamos la dichosa mascarilla que, entrando en “las calores”, apenas nos deja respirar. Que admirable la paciencia y la comprensión del pueblo español y extranjero. ¿Extranjeros de dónde? ¡De Extranja! como decía Alejandro Jodorowsky.

La segunda reflexión es que en España hemos asistido a la ceremonia de un pensamiento mágico: cuanto mayor fuera el sacrificio, antes desaparecerá el mal. El oficiante ha sido el Gobierno. En Alemania, país peripatético donde los haya (del wandern), sabían que el hecho de que las personas paseen en solitario o con su familia por el monte o la playa no puede, en lógica, propagar la enfermedad. Y mal no les ha ido.

Otra probada constatación científica era la evidencia factual de sonreír no transmitía ninguna enfermedad. Durante semanas hemos estado mirando a nuestros congéneres como si tuvieran una bomba debajo de la axila. Seamos racionales, una sonrisa nunca ha hecho mal a nadie.

Una vez más se ha impuesto el sentido común (o debería imponerse): comer vegetales es más sano que no zamparnos todo bicho que se mueva: cerdos, cabras, vacas, murciélagos, ranas o pangolines. La papaya y el tomate, las verduritas bien lavadas y cocinada al wok, no causan zoonosis.

Las gripes siempre son aviares, porcinas y, ahora, pholidotas. (Y el remedio, claro, también es animal: es vacuno, o vacuna). Está claro, y por pura lógica, que, si comiéramos más vegetales y menos animales habría menos pandemias. Y esto es algo que no se ha dicho lo suficiente.

Joaquín G Weil
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